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"Antes y después de recibirse uno tiene muchas dudas existenciales, sobre todo cuando uno es consciente de sus limitaciones"

“José Antonio Balseiro era exigente, enormemente trabajador y sacrificado”

Egresó del entonces Instituto de Física de Bariloche, hoy llamado Instituto Balseiro, en 1958, cuando tenía 23 años de edad. Su nombre es Verónica Grunfeld y es la única integrante mujer de la primera promoción de graduados de esta institución dependiente de la UNCuyo y la CNEA. Profesora honoraria y ex Vicedirectora del Balseiro, es una de las pioneras en la enseñanza de la física médica en Argentina.

Fecha de publicación: 31/07/2015

 

En esta entrevista, Grunfeld comparte recuerdos sobre sus pasos como estudiante y docente por las aulas del Instituto. Esta nota, presentada en dos partes, integra una serie de entrevistas realizadas por el 60º aniversario del Instituto (las clases comenzaron en este Instituto el 1 de agosto de 1955).

Nació en la ciudad de Buenos Aires el 14 de marzo de 1935. Sus padres,  oriundos de Hungría y Checoslovaquia, habían llegado a la  Argentina cinco años antes. Su padre era empleado de banco; su madre, cosmetóloga. “Gracias a la escuela pública pude hacer toda mi carrera”, son las primeras palabras de Verónica Grunfeld en esta entrevista que aceptó realizar en su casa, en el Barrio Playa Bonita de la ciudad de San Carlos de Bariloche.

Enérgica, firme y muy amable, Verónica Grunfeld se distingue por haber sido la primera mujer egresada del Instituto Balseiro, integrante de la primera promoción de Licenciados en Física y la única mujer, hasta ahora, en ser Vicedirectora de esta institución dependiente de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo).

Grunfeld vivió un capítulo fundacional de la historia de la física en Argentina: fue alumna de profesores-investigadores como Guido Beck, Enrique Gaviola, José Antonio Balseiro, y Alberto Maiztegui. Doctora en Física (su director de tesis fue J. A. Balseiro, fundador y primer director de este Instituto), hoy es Profesora Honoraria del Instituto Balseiro. Grunfeld ha dedicado su vida a la enseñanza de las ciencias. Además, fue una de las pioneras en la enseñanza de la física médica en la Argentina y es autora del libro “El caballo esférico”, sobre temas de física aplicada a la biología y la medicina.

En esta nota, presentada en dos partes en el sitio web del Instituto Balseiro, Grunfeld realiza un recorrido por diferentes momentos bisagra de su vida en relación con el Instituto, como aquel en el que decidió mudarse a la lejana Patagonia para estudiar física. Algo que, sesenta años después y salvando las distancias, decenas de jóvenes de todo el país siguen realizando año tras año. Todo tuvo un origen.

UNA DECISIÓN DE VIDA: EL INGRESO AL INSTITUTO

En 1953, Verónica Grunfeld comenzó a cursar dos carreras de forma simultánea, Física y Química, en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Allí hizo los dos primeros años de estudios universitarios. En 1955,  en un contexto político y social complejo, y siendo hija única de una familia residente en la ciudad de Buenos Aires, tomó una decisión que la llevaría a vivir a 1600 kilómetros al Sur: al ser seleccionada junto con otros 14 becarios tras un proceso de entrevistas, aceptó ingresar en el tercer año de la Licenciatura en Física en un nuevo Instituto, en Bariloche, creado a través de un convenio entre la CNEA y la UNCuyo el 22 de abril de 1955.

-¿Cómo llegó al Instituto Balseiro?

-Había terminado mi secundario en el Liceo Figueroa Alcorta, en Buenos Aires. Comencé a cursar en la UBA en 1953, y era complicado porque ya había algunos problemas políticos. A comienzos de 1955, la facultad estaba en muy malas condiciones. No había prácticamente ningún profesor titular idóneo. Había  muchas cátedras desiertas o con algún ayudante a cargo de la cátedra. Ese año vi un cartel en el viejo edificio de Exactas, en Perú 222, que decía que se iba a abrir un instituto de física en Bariloche.

-¿Qué pasó después de que vio ese cartel?

-Tenía dudas así que consulté con algunos compañeros de años más avanzados y ellos me aconsejaron que fuera a preguntarle al doctor Enrique Gaviola, que en esos momentos estaba trabajando en la industria privada. El doctor Gaviola fue uno de los más importantes científicos argentinos y el primer físico argentino de nivel internacional. Un compañero que lo conocía lo llamó por teléfono y él acepto recibirme. Fue el comienzo de una amistad que duró muchos años y que fue muy hermosa. Gaviola me aconsejó que, sin ninguna duda, me presentara a la entrevista. Posteriormente, él fue invitado como profesor por Carlos Mallman y estuvo varios años en el Instituto.

-¿Tuvo que dar un examen o era sólo una entrevista?

-Era una entrevista. Se ofrecían 15 becas completas con estadía. Era algo completamente nuevo en Argentina. Lo interesante es que el proyecto de la fundación del Instituto había sido originalmente un proyecto de Gaviola, del cual él se retiró por discrepancias con algunas otras personas. A pesar de eso, igual me instó para que me presentara, lo cual es una muestra de la calidad de su persona. La entrevista se realizó en la sede central de la Comisión de Energía Atómica, en Av. Libertador. Algo que siempre me acuerdo es que para confirmar el día y la hora me llamaron un día feriado.

-¿Cuántos candidatos asistieron a la entrevista?

-Éramos unos 30 candidatos, de los cuales yo conocía a algunos que eran de Buenos Aires. Los demás venían de La Plata, Tucumán, Córdoba y Rosario. La entrevista era realizada por un grupo de profesores, que eran: José Antonio Balseiro, Wolfgang Meckbach, Manuel Balanzat, Alberto Maiztegui, y el Ing. Báncora, que fue alguien muy importante en el desarrollo de la física de Argentina. Báncora estaba en Rosario, era un ingeniero pero con interés en la física y había construido un ciclotrón. Báncora fue uno de los primeros en ser convocados para ser parte del Directorio de la CNEA, y era una persona de enorme empuje. Todos eran personas absolutamente muy positivas, con ganas de hacer cosas.

-Y de esos 30 candidatos, ¿cuántas eran mujeres?

-Había una chica más, que se presentó conmigo y fue aceptada conmigo. Pero ella abandonó a los seis meses, no se sentía cómoda. Era una situación completamente desconocida para la Argentina. El día que me confirmaron que había ingresado en el Instituto estaba muy contenta, y tengo que agradecer a mis padres. Ellos eran gente de clase media: mi papá, empleado de banco; y mi mamá, cosmetóloga y tenía un salón de belleza. Los dos eran personas muy inteligentes y que leían mucho. Cultura había en mi casa, pero el dinero no sobraba: vivíamos con lo justo. Yo era hija única, pero ellos me apoyaron totalmente.

-¿Que le pagaran por estudiar con una beca completa fue también una oferta tentadora?

-Sí, pero estudiando en Buenos Aires y viviendo en mi casa no había problema. Sin embargo, mi papá estaba muy preocupado por la situación política. Había muchos disturbios antes de la caída de Perón. Personalmente, elegí estudiar en el Instituto porque Gaviola fue contundente en su recomendación. Además la opinión de todos los consultados era que en este nuevo Instituto había gente que sabía física, y era clarísimo que en Buenos Aires no se podía hacer nada. La Facultad de Ciencias Exactas estaba devastada en esos momentos. No había profesores en tercer año. Era una situación de total despojo.

-¿A José Antonio Balseiro lo conoció antes de la entrevista?

-Antes de la entrevista fui a ver a Balseiro, que estaba en la universidad dando algún curso para los alumnos de último  año. Lo fui a ver varias veces, fui a preguntarle sobre el proyecto y a contarle que estaba interesada. Me impresionó muy bien. Más adelante lo pude conocer mejor y puedo decir que era exigente, enormemente trabajador y sacrificado. Tenía un sentido del humor un poco cáustico. Como ya se sabe, él murió muy joven, a los 42 años, y los últimos tres años, enfermo como estaba, seguía dando clases de varios cursos. Era increíble su capacidad de trabajo y de sacrificio.

LA LLEGADA Y LAS PRIMERAS IMPRESIONES

El 1 de agosto de 1955, los 15 primeros estudiantes del Instituto de Física de Bariloche comenzaron las clases. Tan sólo un día antes, la mayoría había llegado en tren a la estación de esta ciudad rionegrina. Allí los había recibido Alberto Maiztegui, con el colectivo del Centro Atómico, para llevarlos hasta lo que sería su nuevo hogar a 9,5 kilómetros del centro de la ciudad. Grunfeld tenía 20 años.

-¿Qué recuerda del viaje a Bariloche en tren?

-Fue muy divertido. Vinimos casi todos juntos. Nos habíamos conocido casi todos en las entrevistas, y algunos de los que nos conocíamos de antes sabíamos que íbamos a viajar todos juntos. Llegamos a Bariloche el 31 de julio de 1955. El Centro Atómico era un barral espantoso. Los inviernos eran muy crudos hace 50 años, aparte no estaba asfaltado así que era… Ya conocía Bariloche porque había venido de vacaciones con mis padres en el año ’51, y quedé cautivada. También por eso me encantó la idea de venir.

-Las clases empezaron el 1 de agosto, al día siguiente de su llegada.

-Sí, sí (risas). Teníamos 5 materias así que teníamos 5 profesores titulares y ayudantes. Era casi el mismo número de profesores; estaban Balseiro, Meckbach (profesor de física experimental), Balanzat (profesor de matemáticas), Gino Moretti (un italiano que había venido a Córdoba a la fábrica de aviones y nos daba Mecánica), Juan MacMillan (un físico-químico argentino que trabajaba en la Comisión y que vino a darnos clases también). Maiztegui era ayudante en el laboratorio…

-¿El ritmo de estudio era muy diferente al de la UBA?

-En mi caso, a diferencia de muchos de mis compañeros, en Buenos Aires no trabajaba… En esa época, la mayoría estudiaba y trabajaba a la vez. Yo podía vivir en la casa de mis padres sin problema, y rendía todas las materias. Era un caso atípico en el sistema argentino, donde todo el mundo dejaba para marzo… Así que cuando me anoté estaba acostumbrada a rendir todas las materias a fin de año. Pero el ritmo acá era mucho más fuerte que allá. Teníamos clases los sábados, y también teníamos clases de gimnasia y de inglés. Teníamos libres las tardes del miércoles y del sábado. Todos los profesores me marcaron, porque era gente muy preparada. Era la sensación de estar guiado, conducido bien.

-¿Ser la única mujer le causaba problemas o la beneficiaba en su vida de estudiante, o era neutral?

-Para nada. Era como ser la hermanita de 12 ó 13 hermanos mayores. Era eso en realidad. Además yo era bastante joven. Tenía 20 años, había muchos de mis compañeros que venían con 22, 23 años. Y dos que eran mayores. Algunos desgraciadamente ya han fallecido. De gente que vive en este momento, puedo mencionar a Lito Bisogni y Abe Kestelman, que son los que están en Bariloche. En mi promoción estaba Leo Falicov, que  falleció, que era compañero mío y un físico muy destacado.

-¿Dónde se daban las clases?

-Cuando llegamos, todavía no estaba adecuado el edificio en el que ahora están las Aulas Viejas, donde luego funcionarían la biblioteca y el salón de actos. Así que las clases se dictaban en la actual Oficina de Despacho. En ese pabellón funcionaba, como ahora, la Administración del Centro Atómico, que era mucho más chica y con muchos menos empleados. En el actual Pabellón 6 funcionaba el laboratorio donde nos daban las clases de física experimental. De ahí para atrás, había unos galpones pero nada más. Durante ese primer semestre, la biblioteca se armó en una de las habitaciones de la bibliotecaria, que era una señora que había venido de Buenos Aires.

-Eran todos “importados”, porque venían todos de otras ciudades. ¿Qué ambiente se vivía?

-Muchos de mis compañeros protestaban, extrañaban la vida de ciudad, poder salir, ir al cine. Acá no te puedo explicar lo que era ir al cine. Había dos, el viejo y el nuevo, pero muy pronto demolieron el viejo. Los sábados a la noche nos llevaba un colectivo que nos traía de vuelta al terminar la función. Había transporte público pero funcionaba a cada hora y los días de semana, el último era a las 9 de la noche. Bariloche en sí tenía menos de 10 mil habitantes: era muy chiquitito y tenía sólo dos cuadras asfaltadas aparte del centro cívico. La impresión del “lejano oeste” era considerable. Hay fotos viejas en las que se ve que el predio donde está el Centro Atómico era todo un desierto. Gaviola vino a dar clases en el año 63/64, plantó frutales, y más adelante se parquizó. Ahora es precioso.

-¿Cómo se comunicaba usted con su familia?

-Había un sistema de radioteléfono que funcionaba a veces en el correo postal, en el centro. Los domingos a la mañana, muchos de nosotros íbamos en colectivo al centro. Allí uno pedía la comunicación de larga distancia y esperaba su turno porque siempre había demora de horas para establecerla. Es algo inimaginable hoy en día. Pero era así. Yo iba todos los domingos, imaginate si no mis padres… También nos mandábamos cartas, y nos enviaban encomiendas. Por lo general a muchos estudiantes nos enviaban galletitas y cosas de ese tipo. Yo pedía frutas, porque acá conseguir fruta no era fácil…  Y el comedor del Instituto era… todo el mundo se quejaba. No teníamos acceso a una cocina, ni había tiempo. Eso sí: teníamos calentadores en las piezas, así que nos  hacíamos mate, café…

-¿Qué anécdota recuerda especialmente del Instituto?

-Mirá, te cuento algo que me marcó mucho. Tiene que ver con las personas que estudian física y con las personas que no son brillantes. Acá en el Instituto estuvo Guido Beck, que fue profesor de Balseiro. Estuvo viviendo varios años acá hasta que por razones de salud se fue a vivir a Brasil. Era un viejo divino y muy querido. Me acuerdo que en una etapa de cuestionamiento sobre mi vocación fui y le lloré a él… Antes y después de recibirse uno tiene muchas dudas existenciales, sobre todo cuando uno es consciente de sus limitaciones. Yo me preguntaba qué sentido tenía dedicarme a esto si realmente no me daba para hacer la gran cosa. Y Guido Beck me dijo: “Verónica, genios hay por docenas en las veredas. Lo que hace falta es gente que trabaje”. Nunca me voy a olvidar de eso. Me ayudó tanto. Creo que es muy importante. Porque creo que el 90%, si no más, de los que hacemos esto no somos genios. Y uno necesita tener la sensación de que aun así tiene su lugarcito.

-¿Alguna otra anécdota que quiera mencionar?

-Algo que no me voy a olvidar, que es algo que dijo Balseiro en su discurso de 1958, es algo igual de importante y que tiene que ver con lo mismo que mencioné recién: el respeto por el trabajo ajeno. El respeto por el que hasta hace la cosa más chiquitita, y eso es muy importante. Y eso falta mucho, hay tanta falta de respeto. Valorar el esfuerzo, valorar lo que hacen los demás.

Ir a parte II de la entrevista a Verónica Grunfeld: ingresar en este link.

Por Laura García Oviedo – Área de Comunicación Instituto Balseiro

Verónica Grunfeld se dedicó toda su vida a investigar y enseñar física (Crédito: Laura García Oviedo/ Prensa Instituto Balseiro).Por Laura García Oviedo – Área de Comunicación Instituto Balseiro).

 

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San Carlos de Bariloche, 31/07/2015

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Información adicional

  • Entrevistado: Dra. Verónica Grunfeld - Parte I